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Durante la Edad Moderna la necesidad de cargar, hacer naves más fuertes para la guerra y hacer viajes más largos para consolidar las rutas comerciales que se habían establecido, sobre todo con América, hizo que los barcos fueran más grandes y tuvieran más palos y más velas.

En el siglo XVIII se produjo una verdadera revolución en la arquitectura naval: los buques se empezaban a uniformar y los barcos se empezaron a clasificar más por su velamen que por su forma: fragatas, corbetas, bergantines, ... Finalmente, la incorporación del siglo XIX de la máquina de vapor y la construcción del buque con nuevos materiales, como el hierro, originó un fuerte empuje en la actividad comercial marítima, abandonando la vela como sistema de propulsión.

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