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La vela de transporte todavía resistió hasta bien entrado el siglo XX gracias a una modalidad de barcos que hicieron historia: los clipers.

Por un lado, aparecían los primeros vapores, los cuales se propulsaban mediante palas laterales y velas. Consumían mucho carbón y eran poco eficaces ya que el constante balanceo evitaba que las palas trabajaran correctamente. La solución definitiva vino con la hélice, que evitaba este problema y hacía más eficaz la caldera de vapor.

Por otro lado, aparecieron los clipers a principios del siglo XIX. Los clipers eran grandes veleros que incorporaron nuevos diseños: en el casco eran más largos y estrechos, lo que les hacía rápidos a pesar de ser movidos por el viento.

Su capacidad de recorrer miles de millas sin tener que hacer escalas para recargar carbón, les otorgó una cierta ventaja competitiva frente al barco de vapor que les hizo idóneos para las carreras de especulación para el transporte de cargamentos de té desde las costas del Océano Índico hasta los puertos de Gran Bretaña en el menor tiempo posible. Esto permitió que sobrevivieran prácticamente hasta el siglo XX.

Con estos veleros se hacían principalmente dos rutas: una que iba de Europa a Australia y al extremo oriente -Xina- y la otra que conectaba los puertos del Atlántico y del Pacífico de Norteamérica en la época de la fiebre del Oro. En ambas rutas, debían pasar por el Cabo de Hornos, de ahí que todos estos clipers se les ha llamado caphorniers.

Los mejores se construían en el astillero Mackay de Boston en Estados Unidos. El Champion of the Sea consiguió navegar 425 millas en un día, a pesar de que para muchos expertos este récord parece imposible, incluso creen que se debe a un error de estimación

El mejor escritor que ha sabido transmitir la vida marítima de aquella época fue Joseph Conrad, el cual había sido capitán de clipers. Sus relatos de aventuras han inspirado después a muchos otros.