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Si leemos la etiqueta de una botella de agua mineral, veremos que nos muestra los resultados de los análisis, de su contenido, y observaremos que figuran unas pequeñas cantidades de sales disueltas. Son cantidades mínimas, pero están. El agua de la lluvia, una vez ha llegado a tierra, va siguiendo un camino que un día u otro la traerá de regreso al mar. Podrá ir por superficie o por debajo tierra, pero a lo largo de este recorrido irá disolviendo pequeñas cantidades de las sales minerales que componen el sustrato que la contiene.

Una vez esta agua llega al océano, se paseará allá donde la traigan las corrientes y quizás en algún momento se evaporará para volver a caer en forma de lluvia. Las sales disueltas pero, no la acompañarán en esta nueva vuelta del ciclo, y se quedarán en el océano. Año tras año, a lo largo de la historia de los océanos, las sales depositadas por el agua recibida desde los continentes, han logrado una concentración mediana de unos 35 g/kg, es decir, aproximadamente un 35 por mil o un 3,5%, con variaciones significativas de un lugar a otro. La composición de la sal, en cambio, es muy parecida en todas partes de los océanos. Aproximadamente el 84% es cloruro sódico (NaCl). El resto son sulfatos de magnesio (10%) y cálcico (2%), cloruro de potasio (1%), y hasta un 3% de multitud de otras sustancias que comprenden prácticamente toda la tabla periódica.