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En un velero hay dos maniobras elementales para cambiar el lado por el cual se recibe el viento:

En un IMOCA 60 cada una de estas operaciones puede durar más de media hora. Mientras que en un velero de vela ligera un imprevisto se puede solucionar con una pequeña corrección del timón, en estos barcos oceánicos puede provocar un desastre.

Cada vez que se hace una virada, hay que pasar el agua de los tanques de lastre de un lado al otro. Lo mismo pasa con la quilla. Por lo tanto, si se navega en ceñida y hay que ir haciendo viradas, la navegación consume más energía que cuando se navega siguiendo un rumbo que requiere menos cambios de banda. Para evitar las ceñidas, los regatistas están muy atentos a la meteorología para poder anticipar los rumbos que tendrán que seguir.

A diferencia de la virada, en que las velas se quedan sin fuerza temporalmente (cuando el barco está proa al viento), en la trabuchada las velas siempre sienten la presión del viento y pueden pasar de un lado al otro con una extraordinaria violencia si no se controla mucho la forma en que lo hacen, especialmente hay que tener cuidado con la botavara y con las sacudidas que puede sufrir la jarcia.

La trabuchada se considera la maniobra más delicada y peligrosa a bordo de un velero. En determinadas circunstancias (habituales en los temporales de los Cuarenta Rugientes) antes de iniciar la maniobra se coge un ris suplementario a la vela mayor (se reduce la superficie que trabaja) y se lo suelta cuando se ha acabado la trabuchada.

Por esta razón, a bordo de un IMOCA 60. Para evitar accidentes, cada barco tiene su propio protocolo de actuación y los patrones se ciñen rigurosamente a las normas que ellos mismos se han implantado, después de estudiar en detalle la mejor manera de proceder. Este protocolo de cada maniobra puede incluir, dependiendo de cada barco, unos 25 pasos y durar más de media hora.

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