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Al margen de las temperaturas extremas que se encuentran durante la regata, otro problema a bordo de un IMOCA 60 es el ruido. El interior del buque es como la caja de resonancia de un tambor, se sienten los golpes de las olas, la vibración de la quilla y de las orzas, el viento que silba al palo y, además, el motor funcionando cuando tiene que cargar las baterías. Todo ello puede llegar a los 90 decibelios y acercarse al sonido de un martillo neumático, como los que encontramos en las obras que se hacen en la calle.

En estas condiciones es difícil hacer un mínimo de vida normal, de relajarse y mucho menos dormir. A veces parece como si el barco explotara o se estrellara contra el agua. Se tiene la impresión de estar en una montaña rusa de agua con muchos ruidos. Para no agobiar y poder dormir, los navegantes llevan un casco que permite filtrar los sonidos de baja frecuencia y que los deja escuchar el resto.

La tripulación no puede quedar aislada de su entorno, deben escuchar si algo se rompe, si suena una alarma o si los llaman por radio. A pesar de ser molesto, cada ruido informa de lo que pasa y, a veces, un sonido diferente los pone en alerta o los hace despertar. Además, el ruido es uno de los principales indicadores de la velocidad. Al cabo de unas semanas a bordo la tripulación termina aprendiendo de todas estas sensaciones. Lo mismo ocurre con el ritmo del movimiento del barco: cada tipo de mar y olas marcan un ritmo que el propio cuerpo termina aprendiendo y anticipando. Cuando viene una ola, ya esperan la otra y, si hay un cambio en este ritmo, se ponen en alerta o se despiertan de golpe.