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Es el tripulante perfecto. Lo controla todo; tiene ojos y orejas que todo lo ven y todo lo sienten, y avisa cuando detecta una cosa que no funciona. No duerme nunca. No se le ve, y es tan discreto que la mayoría de veces nadie se da cuenta que existe ni de todo lo que depende.

El cerebro central puede adoptar la forma de un vulgar ordenador portátil, de donde salen todas las conexiones de sus diferentes elementos. Infinitos sensores le informan de dónde está el barco (el GPS), del viento que hace (el anemómetro y la veleta, situados a la parte superior del palo), de la velocidad a que avanza (la corredora y el GPS), de si hace buena mar o si está en medio de un temporal, de si está muy escorado o no, de si puede haber hielo alrededor (temperatura del aire y del agua), de la dirección (compás), de la aproximación de chubascos (radar) e incluso de la probable evolución del tiempo (barómetro).

Toda esta información se puede visualizar en la pantalla central o en las numerosas pantallas más pequeñas situadas en esta misma mesa de cartas o en el exterior del barco (bañera), a fin de que los patrones la puedan consultar sean donde sean.

Los patrones también recurren al ordenador no sólo para visualizar la información que necesitan en aquel momento, sino también para pedir consejo. Por ejemplo, al ordenador tienen guardada la mejor combinación de velas para cada situación, así como la velocidad que pueden conseguir con cada una. Si no van bastante rápidos, quiere decir que tienen que mejorar el rendimiento del velero.

Gracias al ordenador, los participantes en la Barcelona World Race pueden conocer la situación de todos los rivales y la previsión meteorológica, con la cual deciden la ruta que tienen que seguir. El ordenador también se encarga de controlar las tres cámaras de vídeo instaladas a bordo, que permiten realizar las videoconferencias con la organización y enviar a tierra imágenes del barco.