Durante siglos, la vida de los marineros a bordo de los barcos de vela era muy dura y a menudo no volvían a puerto. De hecho, los marineros dormían poco y donde podían y, en el mejor de los casos, lo hacían en cois o hamacas colgadas. Lo más parecido a un lavabo era un privilegio de los oficiales mientras que el resto de la tripulación tenía que ir a la proa cuando tenía necesidad.
En la época de los veleros, los marineros eran profesionales que recibían el sueldo en función de la carga que transportaban. Podían estar mucho tiempo sin tocar tierra ni ver a sus familias. Había expediciones que duraban años, como las de los balleneros. Todo esto hacía que fueran una gente muy desarraigada que, al llegar a tierra, no se adaptaba a la vida cotidiana y mucha acababa volviendo a embarcarse.
Respecto las condiciones de vida a bordo, la mayor dificultad con la que se encontraban durante las travesías largas era la falta de una buena conservación de los alimentos y del agua. Estos se guardaban en la bodega inferior del barco donde a menudo se mojaban y se estropeaban, es por eso que en poco tiempo sólo podían comer sopa de galleta.
La galleta era una especie de pan cocido muy lentamente como el pan dextrina que hoy conocemos. Esta aguantaba mucho tiempo sin estropearse gracias a su falta de agua, pero era muy dura para comer y había que remojar en agua o sopa para poder tragarla ya que muchos marineros tenían problemas con los dientes.
La mala alimentación, el escorbuto y el azúcar que llevaba el ron que bebían les estropeaba la dentadura. Sin embargo la galleta era el alimento más parecido a lo que hoy son los liofilizados que llevan los regatistas oceánicos.
El resto de alimentos como la carne de cerdo o de vaca procedía de ganado que se llevaba a bordo y de conservas hechas con sal o abono, aunque con el calor también se pudrían si no se había hecho correctamente el proceso de secado. La fruta y la verdura duraban poco, las manzanas resistían un cierto tiempo pero también acababan teniendo gusanos. En general, estos alimentos, cuando los había, eran reservados para los oficiales.
En cuanto al agua, se almacenaba en barricas y se pudría al cabo de un mes, pasado el cual había que seguir bebiendo un líquido pudoroso e infecto. En las largas travesías siempre se acababa pasando hambre, hasta el punto de que se comían las ratas que había a bordo, que eran consideradas un lujo.
En el Pacífico, la tripulación de la flota de Magallanes llegaron a hervir sus cinturones y zapatos de cuero para hacer sopas. Por todo ello, las enfermedades eran un problema común de los largos viajes, especialmente el escorbuto que empezaba manifestándose por la caída de los dientes y una gran debilidad.