Desde hace siglos, las rutas marítimas han sido caminos de comunicación humana. Cuando la navegación mercante comenzó a desarrollarse, los barcos solían navegar sólo de día, y sin alejarse de la costa.

Al abandonar la orilla del mar, el ser humano comenzó a observar y a registrar la forma de la costa, podían servirse de señales o marcas para el viaje de retorno. Las marcas naturales pronto resultaron insuficientes y los marineros construyeron torres, y pilas de piedras que se pudieran reconocer fácilmente.

Más tarde, la navegación costera fue más fácil gracias a los periplos, que indicaban las rutas entre varios puertos y que se iban ampliando por las diferentes generaciones de marineros.

Estas descripciones incluían las direcciones de los vientos, las corrientes oceánicas, profundidades que se medían con la sonda, zonas de fondeo, entradas a puertos, etc. (siglo VI). Eran los antecedentes en las cartas náuticas.

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