El desgaste y llevar el barco al límite durante 3 meses hacen que las cosas se rompan o se estropeen. Una de las peores averías es que fallen los generadores o el motor. Sin energía, los instrumentos no funcionan, el piloto automático pierde eficiencia, y más grave aún, la potabilizadora deja de producir agua para el consumo. Otras situaciones graves aparecen cuando se avería el mecanismo que hace pivotar la quilla o cuando se obturan los orificios por donde entra y sale el agua de mar de los tanques de lastre. Hay quien ha tenido problemas con la unión de la botavara al palo, otros con las velas o con los cables que sustentan el palo.

Estos cables que aguantan el palo están hechos de varios filamentos enroscados. Cuando uno se rompe, el resto empieza a sufrir un sobreesfuerzo, con el agravante de que la punta del que se ha roto puede desgarrar las velas cuando rozan el cable. Este es un peligro habitual cuando la fuerza del viento supera la capacidad del aparato.

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Sin embargo, la avería más grave es la rotura del palo, ya que es muy difícil repararlo exitosamente y que el barco siga siendo competitivo. Resulta evidente pues que si el palo se rompe, se abandona la regata.

Cualquier avería relacionada con el palo, la jarcia o las velas y que sea difícil de reparar en mar abierto, obliga a improvisar lo que se llama un aparejo de fortuna con palos y restos de velas que haya disponibles para conseguir llegar al puerto más cercano. Como los veleros de regata no tienen demasiada autonomía con el motor, deben seguir navegando a vela aunque vayan más lentos. La ayuda externa durante la regata está penalizada, por eso, cuando se produce una avería, son los mismos navegantes quienes la deben solucionar. Las reparaciones a bordo son una lección muy importante que deben aprender los regatistas antes de empezar la regata.